EL AGUA :SUSTANCIA IMPORTANTE EN EL ECOSISTEMA

Vida de agua dulce, plantas, animales y otras formas de vida adaptadas a vivir y reproducirse en las corrientes de los arroyos y los ríos y en las aguas inmóviles de los lagos y los estanques. En las distintas zonas de estos hábitats, pueden vivir una increíble variedad de especies; en este artículo se describen algunas de ellas.

Hábitats lóticos

Los hábitats de las corrientes de agua o lóticos, incluyen todas las partes del curso de los ríos: los arroyos y manantiales de su cabecera, la zona central del valle, con sus estanques y sus rápidos, la zona de la llanura aluvial, y los estuarios en los que vierten sus aguas al mar.

Las especies que viven en arroyos de corriente rápida muestran adaptaciones que les permiten mantener su posición en el agua. Algunas, como la trucha común y ciertas ninfas de efímeras, tienen formas hidrodinámicas, lo que reduce su resistencia a la corriente. Otros organismos, como las ninfas de efímera y de los plecópteros, tienen cuerpos aplanados, lo que les permite esconderse bajo las piedras y aferrarse a ellas. Hay otros, como las larvas de los simúlidos, que se fijan a las rocas por medio de garfios y ventosas; ciertas larvas de frigánea se construyen vainas con pequeños guijarros, que anclan sobre las rocas. Entre las plantas, las variedades representativas incluyen el musgo de agua, que se aferra a las rocas y se alinea con la corriente. Algunas algas crecen adheridas a las rocas y están cubiertas con una capa gelatinosa para reducir la fricción del agua.

Donde se ensancha el cauce, permitiendo que las aguas de los márgenes fluyan más despacio, este tipo de organismos son reemplazados por otros, como la perca, el pez luna, e insectos acuáticos nadadores, adaptados a corrientes más lentas y a temperaturas más altas. Puede desarrollarse plancton vegetal, y aparecer plantas acuáticas con raíz a lo largo de las riberas.

La mayor parte de las corrientes de agua dependen de los ecosistemas terrestres adyacentes como fuente primaria de energía (véase Ecología). Las hojas y la madera de la vegetación de las orillas, una vez reblandecidas por bacterias y hongos, son consumidas por un grupo de insectos acuáticos llamados trituradores. Las partículas de materia orgánica, junto con fragmentos de algas desprendidos de las rocas por otro grupo denominado raspadores, son extraídos de la corriente por los recolectores. Uno de estos es la frigánea, que teje una red subacuática. De todos ellos se alimentan los peces e insectos depredadores.

Hábitats lénticos

Los ecosistemas de las aguas inmóviles, llamados lénticos (los estanques y lagos de agua dulce), comprenden una zona de aguas poco profundas a lo largo de la costa; una zona de aguas abiertas superficiales que se extiende hasta la profundidad en la que la luz resulta insuficiente para que pueda producirse la fotosíntesis; una zona de aguas profundas sobre las que flota el agua más caliente y menos densa; y una zona de fondo compuesta de sedimentos y fango, donde se produce la descomposición.

La zona de aguas poco profundas, las marismas, están dominadas por la vegetación sumergida, flotante y emergente, entre la cual abunda la vida. Por ejemplo, bajo una verde capa de lentejas de agua flotantes viven desmidiáceas, protozoos, diminutos crustáceos, hidras, y caracoles. Las larvas de libélula, los coleópteros buceadores, los lucios y los peces sol son algunos de los organismos que encuentran alimento y protección en los lechos vegetales. En los carrizales y otras plantas emergentes anidan y se alimentan especies como los mirlos, los chochines de pantano, las ratas almizcleras, y los topillos de agua.

En las aguas abiertas, el plancton vegetal y las algas verdes filamentosas aportan la mayor parte de la energía usada por los ecosistemas lénticos. En esta capa rica en alimentos, el plancton animal, rotíferos, copépodos y cladóceros, se alimenta del plancton vegetal.

En la zona de aguas profundas, la vida se ve afectada por la temperatura y la cantidad de oxígeno disuelto. En los lagos fríos donde, el oxígeno es suficiente, las truchas y el plancton pueden habitar en las profundidades. En la zona del fondo, el barro y el agua adyacentes carecen a menudo de oxígeno debido a la descomposición de la materia orgánica. La vida del fondo puede incluir efímeras cavadoras, larvas de quironómido y protozoos, que se alimentan de la materia orgánica y son capaces de vivir con poco oxígeno.

La vida en lagos y estanques

El agua inmóvil, en general más cálida que la de los ríos y arroyos, puede sustentar muchos tipos de animales y plantas. El fondo de los estanques y de las aguas poco profundas de los lagos sustentan plantas y larvas enterradas, que constituyen el alimento de animales como ranas y peces. En aguas más profundas, donde escasea el oxígeno, sólo viven animales adaptados al frío. El plancton crece en todos los niveles.

La vida en ríos y arroyos

(Izq.): En las zonas de cabecera, los animales deben tolerar tanto el frío como la turbulencia de la corriente. Algunos organismos, en especial los más pequeños, tienen ganchos y ventosas para fijarse a las rocas; la mayoría tiene forma hidrodinámica para evitar ser arrastrados. (Dcha.): Los organismos de natación libre viven en las zonas de poca corriente, en especial en los tramos bajos, el curso lento de la corriente, especialmente el tramo bajo, donde la anchura del cauce produce áreas de aguas lentas en las orillas.

Ecosistemas

La cantidad, variaciones y regularidad de las aguas de un río son de enorme importancia para las plantas, animales y personas que viven a lo largo de su curso. Los ríos y sus llanuras de inundación sostienen diversos y valiosos ecosistemas, no sólo por la capacidad del agua dulce para permitir la vida sino también por las abundantes plantas e insectos que mantiene y que forman la base de las cadenas tróficas. En el cauce de los ríos, los peces se alimentan de plantas y los insectos son comidos por aves, anfibios, reptiles y mamíferos. Fuera del cauce, los humedales producidos por filtración de agua e inundación albergan entornos ricos y variados, no sólo importantes para las especies autóctonas, sino también para las aves migratorias y los animales que utilizan los humedales como lugar de paso en sus migraciones estacionales. Los ecosistemas de los ríos (fluviales) pueden considerarse entre los más importantes de la naturaleza y su existencia depende totalmente del régimen de los mismos. Por lo tanto, se debe tener gran cuidado para no alterar este régimen al actuar sobre el río y su cuenca, ya que una gestión poco responsable de los recursos del agua o su sobreexplotación pueden tener efectos desastrosos para el ecosistema de ribera.

El ciclo del agua

Los ríos forman parte de la circulación general del agua o ciclo hidrológico. La presencia de grandes cantidades de agua es lo que distingue a la Tierra de los otros planetas conocidos y lo que hace aquí posible la vida. En la Tierra hay más de 1.400 millones de km3 de agua que son continuamente reciclados y transformados a su paso por los océanos, la atmósfera, la biosfera y por los suelos y las rocas de la geosfera.

Si se mide la cantidad de agua de cada uno de los componentes del ciclo hidrológico, la de los ríos sólo representa una pequeña parte del sistema. La mayor parte es agua salada, ya que los océanos contienen el 96,5% del agua terrestre. El 3,5% restante es agua dulce, concentrada principalmente en las reservas de las regiones frías (69% del total), como los casquetes polares, glaciares, y en forma de nieve; o en el subsuelo, en forma de agua subterránea (30% del total). Los lagos contienen un 0,25%, mientras que la atmósfera acumula el 0,4%. El agua de los ríos sólo suma un reducido 0,006% del agua dulce de la Tierra, pero tiene una relevancia que compensa su escaso volumen. Ello se debe a que el agua de los ríos, al fluir debido a la gravedad, erosiona y modela el paisaje, al transportar y depositar rocas y sedimentos. Otra razón es que el agua constituye un recurso natural renovable, tanto para los humanos como para los animales y las plantas.

El ciclo hidrológico se inicia cuando el agua se evapora desde los mares y océanos a la atmósfera. El agua atmosférica regresa a la Tierra en forma de precipitaciones de lluvia, granizo, o nieve. La cantidad de agua que llega al suelo depende de varios factores, pero, en general, las tierras elevadas reciben más agua que las bajas; en las montañas nacen la mayoría de los ríos. Las plantas, sobre todo los árboles, captan parte de las precipitaciones que se vuelven a evaporar directamente, incluso antes de llegar al suelo. La tala de árboles y su sustitución por cultivos (deforestación) aumenta la velocidad y la cantidad de agua de lluvia que llega al terreno, con la consiguiente erosión puntual de los suelos y el riesgo de inundaciones.

Las precipitaciones que alimentan el terreno se infiltran en los suelos, percolando hasta la capa freática para convertirse en agua subterránea; o bien, fluyen lentamente, ladera abajo, en forma de arroyada en surcos. No toda el agua que cae durante las grandes tormentas es capaz de filtrarse; en aquellos lugares en los que por la acción humana se ha compactado la superficie del suelo o ha sido cubierta de cemento, o en aquellos lugares ya saturados de agua, el exceso de líquido se acumula en la superficie y fluye ladera abajo, hasta el curso de agua más próximo, en forma de arroyada en manto. El agua que llega a los ríos en arroyada, ya sea en surcos o en manto, recibe el nombre de escorrentía. El río completa el ciclo hidrológico al recoger la escorrentía de su zona de influencia (cuenca de drenaje) y al llevarla de vuelta a los océanos o lagos, para reemplazar así el agua que se evapora.

El régimen hidrológico

La cantidad de agua que circula por un río (caudal) varía en el tiempo y en el espacio. Estas variaciones definen el régimen hidrológico de un río. Las variaciones temporales se dan durante o justo después de las tormentas; la escorrentía que produce la arroyada incrementa el caudal. En casos extremos se puede producir la crecida cuando el aporte de agua es mayor que la capacidad del río para evacuarla, desbordándose y cubriendo las zonas llanas próximas (llanura de inundación). El agua que circula bajo tierra, como la de la arroyada en surcos o el agua subterránea, tarda mucho más en alimentar el caudal del río y puede llegar a él días, semanas o meses después de la lluvia que generó la escorrentía. El caudal de un río aportado por las aguas subterráneas recibe el nombre de caudal basal, que fluctúa en función de la altura del nivel freático. Si no llueve en absoluto o la media de las precipitaciones es inferior a lo normal durante largos periodos de tiempo, el río puede llegar a secarse cuando el aporte de agua de lluvia acumulada en el suelo y el subsuelo reduzca el caudal basal a cero. Esto puede tener consecuencias desastrosas para la vida del río y sus riberas y para la gente que dependa de éste para su suministro de agua.

La variación espacial se da porque el caudal del río aumenta aguas abajo, a medida que se van recogiendo las aguas de la cuenca de drenaje y los aportes de las cuencas de otros ríos que se unen a él como tributarios. Debido a esto, el río suele ser pequeño en las montañas, cerca de su nacimiento, y mucho mayor en las tierras bajas, próximas a su desembocadura. La excepción son los desiertos, en los que la cantidad de agua que se pierde por la filtración o evaporación en la atmósfera supera la cantidad que aportan las corrientes superficiales. Por ejemplo, el caudal del Nilo, que es el río más largo del mundo, disminuye notablemente cuando desciende desde las montañas del Sudán y Etiopía, a través del desierto de Nubia y de Sahara, hasta el mar Mediterráneo.